Autora: Erica
Aladino Centeno
Nacionalidad: Colombiana
Educadora Social y actualmente orientadora
laboral en Madrid (España)
*Serie:
Relatos sobre inmigración cualificada y mujeres profesionales extranjeras
Rosa sale todos los días de su casa a eso de las 23h para sacar la
basura. No le gusta que la vean los
vecinos por la escalera –uf, a veces quisiera ser invisible- se dice a sí
misma.
En realidad no le importa que la vean despeinada, con sus viejas sudaderas, y con esas
machacadas zapatillas de estar por casa, ni que le vean el ajado albornoz que
suele llevar puesto, pero lo que realmente
no quiere es afrontar ciertas preguntas,
a las que ella llama: agujetillas.
Las “agujetillas” son todas esas preguntas fastidiosas y molestas, es
como una china o piedrecita en el zapato
mientras caminas, o una tiesa y punzante etiqueta en la nuca.
Sí, aquellas preguntas de las que quiere escapar rápidamente y pasar página
en un santiamén, evitar que se te quede un mal cuerpo, o el que te manden
triste o cabreada a la cama.
Dichas “agujetillas” te pueden poner a pensar y eso, precisamente a las 23h
de todos los días es lo que Rosa no quiere preguntas del corte: ¿qué tal? ¿Cómo
te va la vida? Cuando ella lo único que quiere es tirar la basura y fantasear
con que también tira la negatividad de su casa, y deja espacio
para que lleguen solamente las buenas
cosas.
Pero en las escaleras no solo encontraba vecinos y vecinas con preguntas
“agujetillas” sino también al abrir el correo electrónico de algunas de sus
amigas –que la quieren mucho-
preguntándole cosas como: Rosa
¿ya has encontrado curro? ¿Cuánto tiempo
llevas en el paro? Si, para Rosa era muy difícil mantener su talante
positivo
Esta vez, como cada noche, bajaba las escaleras, mirando de lado a lado, se
sintió aliviada, ya que toda la corrala, con sus diez mil ventanas parecía
dormir; al llegar a la planta baja
encontró un cartel de interés colgada en el
corcho para todos los vecinos.
El cartel rezaba:
SE BUSCA CHICA
CON REFERENCIAS
Doña Pepita (la
del 4°-9, escalera interior 3 de la corrala) requiere apoyo en labores
domesticas. Se busca preferiblemente a alguien de este portal, que trabaje aquí
o que viva en este barrio porque no se pagará desplazamiento ni transporte
público. El trabajo serían 3 horas diarias de lunes a jueves. Imprescindible
saber cocinar. Interesadas llamar al…
Rosa sintió frío en los pies, ya había dejado las bolsas de la basura
en el suelo, se abrazo apresuradamente a su albornoz viejo y lanzó un hondo
suspiro.
Llevaba un año en paro, logró
convalidar sus estudios universitarios con muchísimo esfuerzo, llevaba fuera de
su país más de 10 años, trabajando los
primeros años como asistenta de hogar en diversas casas. Había logrado
trabajar en su profesión y conseguir el anhelado reconocimiento en su valía como profesional.
Llego incluso a ser pluriempleada, -eso sí, muchas veces sin poder
descansar un domingo- pero gracias a ello logro crear una cuenta de ahorros.
Ya había pasado un año en paro, pero no de paro intelectual, ni de paro de
expectativas, se decía a sí misma muchas veces: ni deprimirme quiero.
Cómo mujer, como profesional y como inmigrante pronto comprendió los
pilares del reciclaje profesional, el no
parar de hacer cosas, el no parar de aprender, se apuntaba a mil historias,
entrando en la dinámica de la formación-laboral del país.
Realizaba dos voluntariados, uno de ellos, de carácter administrativo, que
le permitía mantener actualizados sus conocimientos profesionales y otro
voluntariado de tipo asistencial. Aquí
Rosa pudo palpar a flor de piel las diferentes necesidades humanas y
tratar personas con muchas carencias.
Hubo momentos en los que se sintió muy afortunada:
Dos años de paro (bueno ya había gastado uno), una cuenta de ahorros no muy
grande, pero que le permitiría por dos años salir adelante a ella y a su
familia.
Si ya lo decía su abuela (y eso que era analfabeta, pero una buena
observadora)
Rosa, Rosita, guarda siempre, siempre para las vacas flacas, aprende de los
comportamientos de ciertos animales como es el caso de las hormigas y las abejas, por ejemplo,
trabajan muy duro día a día para
asegurar su supervivencia y la de los suyos. No derrochan, se apoyan unas a
otras, aprovechan todo –y cuando digo todo es todo- están siempre al acecho de
oportunidades para que la comunidad mejore, para que no falte nada en los nidos
ni en sus colmenas.
Rosa seguía mirando el cartel fijamente diciendo en voz baja: tal vez,
desde nuestro punto de vista humano, se le puede reprochar algunas cosas a
estos animales pero nunca, podremos decir que se quedan quietos, cada minutos
es importante para ellos, y tienen muy claro sus responsabilidades.
Responsabilidad, interesante palabra… -Rosa sigue mascullando para sus
adentros- “soy responsable de aprovechar al máximo, el momento presente, las
oportunidades que pasan por enfrente de mí, pero también soy responsable de
crear las condiciones para que sucedan muchas
cosas buenas.
Sí, en algún lado lo leí:
No existe la suerte… existe la Buena Suerte, y ¡esta es la buena de verdad!
¡Es la que creo yo!, ¡la que origino yo!
Sale de mis actitudes, de mi
trabajo diario, de una gran dosis de perseverancia que tiene origen en
el amor propio. En las ganas de hacer bien
las cosas por mi y por los demás.
Rosa, había estado mirando mucho tiempo el cartel, termino memorizando el teléfono que allí
aparecía; muy posiblemente llamaría a la puerta de su vecina Doña Pepita para
presentarse personalmente a la mañana siguiente.
Pensó en la imagen de las hormigas y de las abejas, regresando a sus casas,
con las manos vacías –o mejor dicho, con las patas vacías- y otras veces regresaban con un poco mas pero no las
pudo imaginar, sin dejar de salir a buscar –sin dejar de crear sus
condiciones-.
En el lenguaje humano, entiéndase, es conocer la propia responsabilidad y
no tirar la toalla.
*Erica Aladino
Centeno, en calidad de autora de este relato, autoriza a la Asociación de
Mujeres Profesionales por la Integración y la Igualdad “AMPI” a colgarlo en su BLOG para su difusión y para
compartirlo con los lectores y lectoras de dicho espacio.
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